Era 1603 y recorría Europa Benjamín Wirth con su violín, una pequeña pianola y un estravagante muñeco de trapo.
Recorría las plazas. Allí se instalaba. Ubicaba la pianola y frente a ella al muñeco. Él se instalaba por detrás con su violín.
Cuando Benjamín comenzaba a tocar una triste melodía, el muñeco le hacía el acompañamiento en la pianola.
La gente se maravillaba y les aplaudía a morir.
Pero ese fatídico día, Jaimito, el niño mal criado del barrio, decidió descubrir el engaño y le arrojó un peñasco al pobre muñeco.
La música se interrumpió de golpe y el muñeco hizo un leve esfuerzo por incorporarse.
Eso fue suficiente para desatar el pánico. Si hasta el mismo Jaimito huyó del lugar de su fechoría.
Los inquisidores gritaron BRUJERÍA, y llevaron al calabozo a Benjamín.
Como nuestro violinista no confesó, lo pusieron al potro para pasar la noche.
Cuando el reloj dio las 3:33, el muñeco de trapo se levantó del escritorio dónde estaba y fue a ver a su Maestro.
Benjamín se alegró de ver que por fín llegaba ayuda. Pero el muñeco tenía otros planes.
- Sácame de aquí.
El muñeco giró la rueda hasta quebrar a Benjamín.
A la mañana siguiente había desaparecido el cadáver y el muñeco.
Esa noche, en un pueblo a 40 kilómetros, estaban tocando una alegre melodía, Benjamín y su muñeco.
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